MATAR A LA MARUJA (3)

Thursday, September 22, 2011
Os contaba, que, un par de semanas más tarde, muy probablemente cuando superó el shock de haber sido confundida con mi madre, mi amiga la de la boda, me llamó para pedirme que revisara su armario. Yo la quiero mucho y me alegré. Por fín me daba la oportunidad de ayudarla a desembarazarse de todo ese lastre en forma de prendas clásicas y pasadas de moda.



Tiene mucha ropa, principalmente porque lo guarda todo. Atesora, por ejemplo, una colección de jerseys de cachemir ingleses años 60, algunos heredados de su madre. Aunque quedarían deliciosamente inocentes en una chica de 20, harían parecer una apacible abuelita a la mismísima Demi Moore. Le dije que, para empezar a hablar, los rebozara en naftalina y los encerrase en un baúl bajo llave, tirándola por si acaso, a la espera de tiempos peores; es decir, para cuando cumpliera, mínimo, los 75. Muy bien dispuesta, los recogió todos y los amontonó sobre la cama, con la determinación de desterrar, con mi ayuda, todas aquellas prendas que tantos años le engordaban.





Pasamos entonces a abrir los armarios de manera formal: En el primero tenía una colgada de no menos 40 ó 50 camisas y blusas a cual más rancia, cuando no directamente cursi: Un botoncito por aquí, un cuello bobo por allá... Florecitas y Florezotas estampadas, colores teja, granate, mostaza... ¡¡Uuuuff!! Me lié a sacar perchas de manera frenética y echarlas sobre la cama,  a la voz de “Ésta fuera, ésta también, y ésta, y ésta…” Entonces sucedió: La Maruja despertó de repente, y  escuché su voz angustiada: “¡¡No, no, noooooo, es que todas esas me las acabo de comprarrrrr!!” (Oño, recién compradas y ya tan viejunas). Volví a colocar una tras otra las perchas en su sitio, decidiendo que la sesión de cambio de imagen había terminado antes de empezar. Y es que hay cosas que no tienen remedio.